Y érase el blog. Mi blog. Un poco tuyo al leerlo si quieres. Pero fundamentalmente mío. Empezó siendo un pequeño embrión-blog. Fruto de la unión entre un portal público, que es el óvulo, y múltiples personalidades que, acogidas en su seno, lo fecundan y lo pueblan. Es la historia de la vida. ¿Acaso no es abrumadora tanta belleza?
Y es que algo tiene de novedoso esta red, internet, que nos ha da una ventana abrirnos al exterior. Por primera vez, nosotros particulares, podemos convertirnos en nosotros públicos y ofrecer algo al mundo. Siempre que le interese o le interesemos.
Es la oferta y la demanda en estado puro, sin oligarquías ni monopolios. Es el nuevo mercado de la información que no informa. Donde la materia prima ya no viene dictada por las conciencias públicoas. Un mercado que se basta con contar tonterías, detalles, opiniones o cotilleos. Con enseñar algo gracioso. Con compartir gratuiatamente lo que ya no puede ser cobrado. La materia es algo más sencilla que aquélla con la que trafican los grandes medios. Algo más mundana. Algo menos grandilocuente. Pero más importantes para mí, y probablemente para ti. ¿No somos entonces un poquito más libres? La difusión y el éxito del mensaje ya no lo decide el emisor, sino el receptor, el que realmente manda.
En la red todos somos un nombre y detrás no sabemos quién se esconde. Podemos no ser nosotros mismos. Podemos cambiarnos el color de pelo, la altura y la musculatura. Podemos probar a cambiarnos el sexo o la sexualidad. Podemos ser libres e inventarnos las veces que queramos. ¿Acaso no nos hace eso un poco más iguales?
Accedo, con esta página o por otras mil más, a una red en donde nadie nos dice qué creer. En la que yo elijo mi menú. En la que no encuentro tantas diferencias como en la calle. Y es que este blog no es más pequeño que otras webs archi-visitadas. Tiene, exactamente, el mismo tamaño: el de tu pantalla. ¿Acaso no es para que me sienta un poquito importante?
Y es que algo tiene de novedoso esta red, internet, que nos ha da una ventana abrirnos al exterior. Por primera vez, nosotros particulares, podemos convertirnos en nosotros públicos y ofrecer algo al mundo. Siempre que le interese o le interesemos.
Es la oferta y la demanda en estado puro, sin oligarquías ni monopolios. Es el nuevo mercado de la información que no informa. Donde la materia prima ya no viene dictada por las conciencias públicoas. Un mercado que se basta con contar tonterías, detalles, opiniones o cotilleos. Con enseñar algo gracioso. Con compartir gratuiatamente lo que ya no puede ser cobrado. La materia es algo más sencilla que aquélla con la que trafican los grandes medios. Algo más mundana. Algo menos grandilocuente. Pero más importantes para mí, y probablemente para ti. ¿No somos entonces un poquito más libres? La difusión y el éxito del mensaje ya no lo decide el emisor, sino el receptor, el que realmente manda.
En la red todos somos un nombre y detrás no sabemos quién se esconde. Podemos no ser nosotros mismos. Podemos cambiarnos el color de pelo, la altura y la musculatura. Podemos probar a cambiarnos el sexo o la sexualidad. Podemos ser libres e inventarnos las veces que queramos. ¿Acaso no nos hace eso un poco más iguales?
Accedo, con esta página o por otras mil más, a una red en donde nadie nos dice qué creer. En la que yo elijo mi menú. En la que no encuentro tantas diferencias como en la calle. Y es que este blog no es más pequeño que otras webs archi-visitadas. Tiene, exactamente, el mismo tamaño: el de tu pantalla. ¿Acaso no es para que me sienta un poquito importante?
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