jueves, 19 de julio de 2007

La Ley Electoral

Tras las últimas elecciones municipales del 27M, Mariano Rajoy ha presentado una medida de gran calado (olvidando el tema del terrorismo, bien por él) y de gran relevancia electoral: la necesidad de contar con, al menos, el 30% de los sufragios para poder formar Gobierno. La medida es de mucha trascendencia, sin duda. Y polémica, porque el PP sería su pricipal beneficiario.

Esta opción por la que apuestan los populares deja entrever su lectura de las últimas elecciones: han ganado en votos pero han perdido poder. Y permite observar un detalle político: el PP es, a día de hoy, un partido con grandes dificultades para pactar.

Las opciones electorales son muy diversas y la perfección electoral es utópica. Lo que favorece la pluralidad y la proporcionalidad puede perjudicar la gobernabilidad, y favorecer la creación de gobiernos supondrá sacrificar la diversidad de opciones. Y es cierto que la crítica de Rajoy se basa en un fenómeno irritante democráticamente. Un partido con tres o cuatro escaños chantajea sin pudor a los mayoritarios, obteniendo un beneficio electoral por su apoyo, proporcionalmente, mucho mayor que el que en términos racionales le correspondería. El apoyo electoral se torna una mercancía sujeta al mejor postor. ¿Un ejemplo? Baleares.

La reforma es muy sensible, pues la LOREG (Ley Orgánica del Régimen Electoral General) es un pacto preconstitucional de los partidos políticos, y este "gran acuerdo" le da un significado consensual casi místico, que refuerza y torna muy exigentes las posibilidades de modificación.

A mi, en todo caso, de la ley electoral me "perturba" otro aspecto de gran sensibilidad, mayor aun, probablemente, que la reforma propuesta por el PP. En el último Debate sobre el Estado de la Nación, tras la participación de los grandes partidos, comienza el turno de intervenciones de las minorías. Y salvo Izquierda Unida el resto de minorías representan a partidos nacionalistas. Partidos que encuentran lugar en el Congreso de los Diputados olvidando que es una cámara que representa a todos los ciudadanos españoles (a todos y cada uno de nosotros, seamos de Madrid, Barcelona, Lugo o Teruel) y en la que cada uno de los Diputados representa a todos los ciudadanos (y no sólo a aquellos que le han votado ni a aquellos de la circunscripción electoral en la que ha sido elegido). Y ese olvido es manifiesto cuando Na-Bai se dedica a hablar única y exclusivamente de Navarra, ERC y CIU de Cataluña, Coalición Canaria de las islas y demás.

Esta perversión de lo que significa el Congreso de los Diputados hipertrofia el papel de los partidos nacionalistas y regionalistas y entrega a estos partidos un altavoz con el que no cuentan las regiones sin este tipo de representación. Y cuando no es un altavoz, puede ser un instrumento político real para beneficiar a sus Comunidades Autónomas, vendiendo su apoyo al partido (PP o PSOE) que aspire a la presidencia a cambio de logros que posteriormente rentabilizarían en sus regiones. La LOREG ampara estas maniobras abusivas y beneficia la existencia de partidos sin aspiración de gobernar, sino de hacer política de corto plazo, de poco pensamiento de Estado y de mucho interés partidista, y de acuerdos fáciles. De lograr medallas a nivel nacional que poder vender caras en las elecciones autonómicas, en donde sí pueden lograr cargos institucionales.

Entiendo que, de algún modo, se ha intentado integrar a los partidos nacionalistas en el sistema, hacerles partícipes de un sistema jurídico-político que calmase sus ansias secesionistas y soberanistas, o las menguara en la medidad de lo posible. Pero la integración es adecuada si estos partidos asumen que participan en un sistema que supera sus regiones y sus Comunidades, y entienden que no sólo representan a sus electores, sino al conjunto de España y a sus ciudadanos. De lo contrario están traicionando el espíritu de la Ley Electoral. Jurídicamene es complicado obligar a pensar e interesarse en un país que muchos de ellos rechazan o hacer una política que no les es rentable electoralmente, así que debería buscarse alguna solución que resolviese esta circunstancia.

Quizás podría encontrarse por medio de una profunda reforma del Senado, conviertiéndolo en una auténtica cámara de representación territorial, pero me temo que los partidos que salen beneficiados con el actual sistema no aceptarían pasar por ese aro...

viernes, 13 de julio de 2007

La unidad frente al terrorismo

En relación con el monotema del terrorismo se ha dado la vuelta a varios conceptos públicos y/o a su significado. Uno de ellos es el diálogo, que ha perdido ese fondo positivo y ahora navega entre dos aguas, en la que si lo entiendes como algo positivo eres de "unos" y si crees que no es un buen medio eres de "otros". Otros conceptos trastornados por la politización son los de paz y libertad. La defensa de uno u otro parece que se ha convertido en algo excluyente, y el creer en uno o en otro se te otorga un carácter político determinado y enfrentado con el opositor. Por último señalaré el de unidad, que es el que centrará este comentario.

¿Es necesaria la unidad?

Ante todo, ante una situación de no-unidad evidente, y parece que dificilmente salvable, me pregunto ¿es necesaria realmente esta unidad en la lucha contra el terrorismo? ¿es perjudicial el desacuerdo en política antiterrorista? Simplemente observando el panorama actual la desunión me permite percibir dos consecuencias evidentes.


La primera, y enfocada hacia los que sufren la lacra del terror, es la división en la ciudadanía. El arrojo de acusaciones y reproches mutuos en esta materia no es equiparable a un desacuerdo, por ejemplo, en política fiscal. Es evidente, lo que está en juego es de una entidad superior: la libertad de la ciudadanía, la aceptación de la violencia como medio de acción política, el sufrimiento de la ciudadanía, la puesta en peligro de valores aceptados e incluso votados democáticamente, etc. La falta de una política y una firmeza común puede llevar al debate político (teniendo en cuenta, además, cómo se debate en España) un asunto en el que los valores no deberían estar en discusión. Y es que, como hemos visto, discutir la política antiterrorista que protagoniza el Gobierno conlleva acusarle de no defender esos valores infranqueables de los que hablaba. Y por otro lado, prescindir de la oposición en esta materia, implica prescindir de una parte de los representantes de la ciudadanía en un asunto tan grave como es la defensa del Estado y de los valores, materias que deben sustentarse en un amplísimo consenso. Así, en la última tregua, se ha discutido profunda y descarnadamente qué hacer con el terrorismo. De un lado parecía que acabar con el dolor y la paz era un objetivo noble, por el que merecía la pena apostar, sentándose a dialogar con quien aún no había desempuñado su arma. De otro, el Estado debía permanecer impasible ante cualquier puerta a la paz, y su única actitud debería ser perseguir y encarcelar, sin ofrecer ninguna oportunidad de facilitar, ni mínimamente, la salida de las actuaciones terroristas y reforzando posiciones democrático-participativas.


La segunda va dirigida a los propios terroristas, y es el poder desestabilizador de cada actuación suya. Ante una sociedad que no es capaz de actuar en bloque y que recibe cada golpe como un arma arrojadiza contra el otro (y no contra la banda terrorista), la responsabilidad y la culpa de los atentados ya no apunta directa y ferozmente contra sus autores. Si la forma de actuación ante el terrorismo es discutida, se tiende, como hemos comprobado, a culpar a la acción política previa de haber podido evitar el atentado, o, incluso peor, de haberlo alentado. El poder diabólicamente mediático y destructor del terrorismo se multiplica si la sociedad no sabe encajarlo con sobriedad.


Por ello creo que es lógico concluir que la unidad es más que conveniente para afrontar con frialdad y combatir eficazmente el peligro que representa la sinrazón terrorista.



Entonces, ¿por qué no la hay?

Ahora bien, si todos concluimos que la unidad es necesaria, ¿por qué no existe unidad política hoy en día? Pretendo huir de argumentos fáciles como que el PP sólo pretende ganar votos, por eso no se suma al PSOE (aunque no dudo que detrás de la actuación de los partidos siempre, siempre hay un trasfondo electoralista), o el argumento contrario, que a una política de cesión al chantaje que ha llevado el PSOE, el PP no podía hacer más que enfrentarse y gracias a él se han frenado los desmanes socialistas. Ambos tienen algo de razón, pero creo que es emplear un reduccionismo insuficiente.


Entiendo que existe un error mutuo cuando PP y PSOE invocan la unidad. El PP incide en la unidad como medio, y el PSOE pone el énfasis en la unidad como fin. Y lo cierto es que la unidad debe ser un medio, y debe ser un fin. Me explico.


El PP alza la voz contra los socialistas porque éstos han roto la unidad y el consenso contra el terrorismo. Es cierto, pero a medias. El PSOE ha roto la unidad como medio, es decir, como actuación contra el terrorismo. Pensó que podía acometer la empresa de acabar con ETA prescindiendo del PP y de la gran parte de la población a la que representa. Quebró el pacto antiterrorista, es cierto que por un fin superior, pero lo abandonó. Zapatero dejó de contar con Rajoy a la hora de dictar su política antiterrorista, y, ciertamente, llegó a parecer que le preocupaba más entenderse con Batasuna que con el PP. Malo, no hay gran empresa nacional que pueda llevarse a cabo prescindiendo de la mitad de la población o, peor, con esa mitad en contra. Y un PP sumado al proceso lo habría fortalecido (al proceso) y hubiera sido mucho más útil para el fin último perseguido, y el Gobierno y el Presidente no han sabido ni han querido sumarlo al consenso hasta demasiado tarde. Me atrevo a afirmar que el fin del terrorismo se convirtió en el proyecto electoral más fuerte de Zapatero.


Y el PSOE (y el Gobierno) clama contra la falta de unidad con el PP como fin. Los socialistas ponen el énfasis en la otra cara de la undiad, la unidad final, la de evitar discrepar en público y atacarse y acusarse por el terrorismo y la necesidad de permanecer unidos para fortalecer las políticas que lleva a cabo el Gobierno en estas cuestiones, tanto de cara a los terroristas como de cara a la ciudadanía. Y aquí es innegable la irresponsabilidad del PP. Ha renunciado absolutamente a permanecer junto al Gobierno ni siquiera cuando la situación lo requería, ha deslegitimado y puesto en cuestión la competencia que en materia antiterrorista del Gobierno y ha exigido que ésta se adaptara a su posición. Nadie exige al PP que comulgue con las decisiones que toma el ejecutivo en esta materia, pero sí que, cuanto menos, sea leal y que la discrepancia no se convierta en una crítica asesina, mentirosa y de corta memoria. Y en este caso digo con toda seguridad que el PP ha construido su asalto a las elecciones del año qeu viene en torno fracaso del proceso que inició ZP.


Es necesario actuar y estar unidos

Es absolutamente necesario una actuación conjunta y apoyada en el consenso y la lealtad y una superación de los fines partidistas por un fin superior, el del Estado (que al fin y al cabo es el de sus ciudadanos) y sus valores. De lo contario el terrorismo y sus perversos efectos penetrarán por las grietas que esta discordia abre en las entrañas del modelo que hemos decidido darnos y de los principios necesarios que lo rigen. La ciudadanía debe convencerse de que no hay violencia que pueda quebrar lo que dicten las urnas, que no hay amenaza que cambiará el modelo que votó en el 78, y que el Estado evolucionará, por supuesto, pero no ha golpe de disparos. Y este no es el mensaje que trasmite la clase política. No dejemos que cale entre la ciudadanía.

jueves, 12 de julio de 2007

Experenciando la "becaría"




El becario es la base de la pirámide laboral. Y estar en la base supone dos rasgos fundamentales. Uno, tienen por debajo a todas las demás especies laborales y todas son aptas de devorarle. Dos, son los cimientos básicos y necesarios del hábitat empresarial, su trabajo sustenta el de los demás y el funcionamiento general de los distintos emporios.

El becario, sin embargo, convive con una durísima competencia. Potenciales becarios hay muchos, el trato tiende a degradante con facilidad, la competencia es dura, su presencia es despreciada y, sobre todo, sólo tiene un nombre: "becario".

El becario tiene, además, un estado de fragilidad mental grave. Su ilusión y energía se enfrentan de golpe a la fotocopiadora, a horas en blanco y a trabajos despreciados por los demás. ¿Quién no llega a su primer día dispuesto a comerse el mundo? ¿quién se ha comido finalmente el mundo? Demasiado pocos me temo...

Y finalmente el sueldo. Una rebaja sustancial en los emonumentos que se justifica en ser un contrato: para aprender. Menos dinero a cambio de unas enseñanzas básicas y fundamentales. Un contrato a medida de las empresas por supuesto, que en lugar de formar trabajadores se dedican a tener una nómina de becarios que van rotando para asegurarse trabajadores fáciles, baratos y sin estatus profesional ni capacidad de resistencia.

Lo peor de todo es que ¿quién nos dice que no trataremos así a los futuros becarios cuando nos toque a nosotros "aguantarlos"?

Dios nos cuide a los becarios.

miércoles, 4 de julio de 2007

El combate sobre el estado de la Nación

El Debate sobre el estado de la Náción es, de los de esta legislatura, el que menos interés me ha suscitado. La previsibilidad de lo que finalmente se dijo es la razón principal. Aun así, existen detalles que me han llamado la atención sobre el guión que imaginé.


En primer lugar esa ayuda de 2500€ sacada de la chistera de Zapatero. No digo que esta ayuda fuera expresamente prevista para el debate, pero me parece evidente que ZP pretendía sumarse un punto en el debate y crear un foco de atención distinto al propio debate. Y lo consiguió: hoy, el día siguiente, se le ha dedicado, cuando menos, la mitad del tiempo de discusión en las tertulias y corrillos políticos. Esta estrategia del Presidente no deja de ser una manipulación y un manejo de los tiempos en su favor. Hoy tocaba debatir sobre política general y sobre cuestiones generales (sobre el estado del Gobierno, la marcha general del país, incluso sobre el poder de la oposición) y no sobre una medida de fomento de la natalidad. Excelente táctica la de ZP, pero discutible honradez. No deberíamos dejar que el líder del ejecutivo nos engatusase con tanta facilidad con sus trucos, palabras bonitas y ases en la manga, ya se ha visto en demasiadas ocasiones que es virtud de este Gobierno no hablar de lo que toca para hablar de lo que interesa. Malo si permitimos este tipo de maniobras.


En segundo lugar me sorprendio la dureza del debate y tuve la sensación de que, en muchos momentos, la crítica política se entremezclaba con los ataques personales. Rajoy rompió el espíritu algo más moderado que ha exibido desde su reunión con Zapatero en la Moncloa. Acusó al Presidente de carecer de la talla incluso para ser subsecretario y centró el debate en el tema que creíamos (por lo menos un poquito) consensuado: el terrorismo. La exigencia del líder de la oposición, y única vía para dar credibilidad a que el Presidente no cedió ante ETA, fue que éste enseñase las actas de las reuniones con la banda terrorista, sólo así podría acreditar su inocencia. Zapatero replicó con una dureza inusual. El optimista antropológico sacó la verdadera personalidad que se le intuye pero que no muestra y arremetió contra Rajoy. Le espetó el "logro" de haber llevado a su partido de la mayoría absoluta a la oposición e ironizó con que hayan dejado de hablar de que "España se rompe, no vaya a ser que necesiten el voto nacionalista". Además acusó al líder popular de no tener más argumento político contra el Gobierno que ETA, un "tristísimo balance" según Zapatero.


Y en tercer lugar no me esperaba una victoria tan clara en el debate de ayer de ZP. He de decir que hablar de "victoria" en un debate me resulta absurdo. En un debate en el que se pretende discutir sobre la marcha de la política nacional, se ha terminado por poner toda la atención en qué político ha sido más elocuente, más irónico o ha disparado mejor a las emociones de los ciudadanos (con esto, de nuevo, les ponemos el camino muy fácil a los políticos).


Pero resulta que Zapatero ganó, y ganó porque un político necesita transmitir firmeza, y, por primera vez en mucho tiempo, la tuvo. Y Rajoy perdió porque el Apocalipsis termina por ser cansino, y, si España no se ha hundido ya, debería haber actualizado el discurso.


Es cierto que Zapatero se ha jugado a una carta su legislatura. Pagado el peaje del pacto con ERC en forma de Estatuto, la tregua fue el único proyecto sobre la mesa. Y la tregua ha fracasado con errores evidentes por parte del Gobierno, algunos tan sangrantes como la excarcelación de De Juana, otros tan incomprensibles como mantener las negociaciones sin el cese de la violencia y, el más grave, no haber comprendido (ni haber hecho ni siquiera un mínimo acercamiento) la postura de millones de ciudadanos que no entendían ni compartían este cúmulo de hechos. En contra de lo que se dice, dudo mucho que la tregua hubiera otorgado a Zapatero años y años de mandatos. Es más, creo los grandes logros provocan grandes desgastes, incluso a corto plazo (véase a Adolfo Suárez). Pero el Presidente no ha debido creerlo así, y ha exprimido las posibilidades de terminar con ETA por medio del diálogo, convirtiéndose durante meses en el único que mantenía esperanzas en ese fallido proceso.


Rajoy también ha apostado a una carta su oposición: el terrorismo. Y, si bien la agenda política la marca principalmente el Gobierno, el líder popular ha depositado todas sus esperanzas en que sería la política antiterrorista la que derribaría al ejecutivo socialista. Y en este empeño le ha ido tanto su vida política que ha lanzado acusaciones a Zapatero más allá de sus errores reales (adentrándose en la mentira), se ha olvidado de hablar de otras cuestiones muy relevantes y ha entrado en una deriva de crispación interminable que está minando muy mucho su credibilidad. Y cuando parecía que tendía la mano al noqueado Zapatero en política antiterrorista, retoma las críticas voraces sin valorar cuánto le puede perjudicar la imagen de político radical.


En resumen, el debate ha reflejado fielmente lo que ha sido la legislatura, y abre extraoficialmente la campaña electoral (si es que alguna vez, desde del 11M ha estado cerrada).